08 marzo 2011

LOS “PECADOS” DE KARLA

Por Magnolia Téllez.

El día miércoles trece de julio recibí en mensaje en mi celular que anunciaba: “¡encontraron a Karla muerta!, hay que apoyar a su mamá, por favor”.

Siendo la psicóloga de la escuela para personas sordas de Cuernavaca por más de veinte años, vi crecer a Karla, supe de sus gustos, alegrías y tristezas; supe de la muerte de su padre cuando ella era apenas una niña y, supe también, por su mamá, que aunque los años pasaban, seguía llorando su ausencia. Las ocasiones que platiqué con ella me decía que lo extrañaba y que quería que regresara. Nunca regresó, de la muerte no se regresa, no por lo menos al mismo cuerpo ni con la misma familia, hasta donde yo sé. Se sentía totalmente abandonada, no se explicaba por qué su padre había muerto. Así se tuvo que sobreponer a su ausencia y guardar en algún rincón, su dolor.

Karla vivía con su mamá, una mujer trabajadora que luchaba a diario para sacarla adelante, ambas se tenían sólo una a la otra. La madre traía el dinero a la casa para solventar los gastos y ella estudiaba, sonreía y vivía.

La personas oyentes tenemos la posibilidad de inconformarnos, renegar, maldecir y expresar claramente lo que sentimos por medio del lenguaje. Cuando nos toca vivir una situación dolorosa, podemos hablarlo, en voz alta o en voz baja, pero hablamos. Karla tenía dificultad para expresarse y no porque le faltara lenguaje, pues hablaba Lengua de Señas Mexicana (LSM), su dificultad radicaba en los pocos ojos que estuvieran dispuestos a “escucharla”, porque la LSM se ve y se entiende por medio de la vista.

La noticia de su muerte, me pareció grotesca, tajante, cruel y dolorosa pero, ¿acaso no es así la realidad? Después de sentarme en el sillón de la sala y ponerme a llorar unos minutos, decidí valientemente -porque no fue fácil- llamar a su mamá, para preguntarle si era cierto el mensaje que acababa de recibir: “sí, así es maestra, Karla está muerta”.

No atiné a decir más, me despedí diciéndole que le llamaba más tarde, pues la señora se encontraba declarando en una agencia del ministerio público y Karla, estaba en el SEMEFO.

De inmediato se vinieron muchas cosas a mi mente, recordé cuando supe por una compañera de trabajo que Karla se encontraba desaparecida desde el día tres de julio, “salió por gorditas para almorzar y ya no regresó”, según versión de su mamá y su abuelo. Me acordé que Karla me había mandado un mensaje diez días antes diciéndome que quería platicar conmigo, no logramos vernos. De inmediato me sentí triste, culpable e impotente por no haber hecho más por ella.

Cuando Karla estaba desaparecida, hablé con su mamá animándola a que quizá se habría ido con algún amigo o amiga, que seguramente estaría bien, que se iba a arrepentir y regresaría con bien a su casa; de antemano sabía que eso era sólo una hipótesis en la que yo quería creer, eso me hubiera gustado a mí; sin embargo, sentía miedo y dolor de imaginar por qué circunstancias estaría pasando Karla, quien apenas cumpliría 18 años tres días después de su muerte.

Era una chica muy inquieta, quería hablar con todo aquel que se lo permitiera, buscaba a las maestras de la escuela, compañeras y compañeros, vecinos, amigas de las amigas, etc.  ¿Qué buscaba exactamente? Buscaba desesperadamente ganarse un lugar en este mundo como ser humano, como persona; quería tener amistades y ser respetada y aceptada -como cualquiera tiene derecho a serlo-; tener compañía, platicar, platicar y platicar, siempre estaba buscando a alguien para platicar. Quizá no lograba (o no logró) encontrar a alguien que de verdad se interesara por sus sentimientos, ideas y vivencias. Una de sus mejores amigas en la escuela fue Mary, a ambas les gustaba estar juntas y compartir, no obstante, tanto una como la otra eran constantemente relegadas del grupo, aún en la escuela para personas sordas.

Pecaba de insistente. Perseguía a cualquiera del personal de la escuela para decirle cualquier cosa. Pero siempre había otras cosas qué hacer, había “muchas actividades en la escuela y era difícil dedicarle más tiempo”. ¿Nos pasa esto a menudo al personal que trabajamos en  educación? ¿Somos capaces de darnos cuenta que, aunque los contenidos académicos son importantes, más importantes resultan las herramientas que podamos construir en nuestras alumnas y alumnos para enfrentar la vida? La escuela es parte elemental en la vida de niños y niñas, y el reflexionar sobre qué aprendizajes obviamos (o evitamos) en la escuela, bajo la premisa de que “eso le toca aprenderlo en su casa”, sería importante y urgente. Más vale un abrazo de cariño sincero en la escuela que aminore la soledad y el dolor, que cien páginas llenas de letras o números.

Pecaba de ser amigable. No había colonia donde ella, junto con su mamá, llegaran a vivir y  no hiciera de inmediato amistad con todos los de la cuadra. Ella iniciaba la amistad, al platicar, hacía un sinfín de preguntas hasta que la conocían, y todo el mundo sabía que Karla era una chica sorda que había llegado al vecindario y que se daba a entender, aunque los vecinos no hablaran LSM.

Pecaba de ingenua. Muchas veces sus compañeros y vecinos la incitaron a hacer cosas que ellos no se atrevían a hacer y sabían que ella las haría, abusaban de su candidez e ingenuidad. Karla no creía que estuvieran utilizándola, pues prefería que no se enojaran con ella y le quitaran su amistad. Buscaba constantemente la aceptación y el cariño de los demás. Pero, su “pecado” más grande fue, confiar plenamente en la gente, jamás pensó que podrían hacerle daño. Caminaba sola por las calles a altas horas de la noche, salía a lugares muy lejanos a su domicilio, se juntaba con grupos de personas que la invitaban a diferentes actividades y lugares, no creía que algo le fuera a pasar. Varias veces sufrió abusos, de cualquier tipo, incluso, de personas de “confianza” y que “la querían”; después de platicarlo, muchas veces llorando, prometía que ya se iba a cuidar más. No lo hizo. A Karla la mató su confianza en las personas, el creer que los que la rodeaban, actuaban de buena fe. Ahora es un número más en las estadísticas de los feminicidios en el Estado de Morelos, Karla dejó de platicar, dejó de buscar, dejó de soñar y dejó de existir.

Para qué investigar sobre los responsables, sobre los resultados de los estudios que le realizaron, la cruda realidad es que ya no está. Ella es ahora un recuerdo, es culpa, es remordimiento, es el inicio de nuevos propósitos.

¿Mantendremos en nuestra mente lo que le ocurrió? ¿Por cuánto tiempo? ¿Realmente lo sucedido es una lección que podamos retomar para hacer algo por nuestras chicas sordas?

Generalmente todo se queda en buenos propósitos y nuevos planes, ojalá éste no sea el caso. Ojalá que algún día logremos que las mujeres con discapacidad se dejen de ver como ciudadanas de segunda y se les dé el lugar que merecen como seres humanos con derechos, mujeres que el único “pecado” que han cometido es, haber nacido diferentes a las que nos llamamos “normales”, pero que somos y tenemos un mismo cuerpo y un mismo corazón.